¿Cómo acompañar a un hijo que perdió a uno de sus padres?
Como terapeutas nos ocurre que recibimos muchas consultas de padres preocupados respecto a cómo acompañar a sus hijos en diferentes temáticas, y existe una que es sumamente compleja y dolorosa, tanto para los hijos como para los padres, que tiene que ver con el fallecimiento de alguno de los padres.
Cuando perdemos a un ser querido, esto nos genera tristeza, rabia, enojo, angustia y muchos otros sentimientos displacenteros, ya que de seguro la/o extrañaremos, sin embargo, con el pasar del tiempo aprenderemos a vivir con el recuerdo de la persona, no obstante, jamás la olvidaremos.
Ahora bien, “la ley de la vida” dice que los hijos despiden a los padres y que los ancianos mueren, esta es la información que nuestro aparato psíquico es capaz de tolerar, no que los padres entierran a sus hijos ni que los hijos chicos despidan a sus padres. Entonces cuando una “familia joven”, es decir, compuesta por niños menores a 10 años, se ve enfrentada a la pérdida de uno de sus padres, aquel padre o madre que permanece vivo se encuentra frente una situación poco común, incomprensible y sin conocimientos sobre qué hacer, donde lo más probable es que sus pensamientos giren en torno a “¿ahora qué hago?” y “¿qué le digo a los niños?”
Esta respuesta depende de la edad de cada niño, no obstante, y aunque resulte difícil y doloroso, debemos mostrar a aquellos padres que es necesario hablar sobre la muerte y entregar la información acorde a su comprensión. Además de permitir el espacio a cada niño para que pueda guiar al padre o madre con sus preguntas e inquietudes. Como terapeutas debemos ayudar a que pueda buscar el momento y lugar adecuado para explicarles con palabras sencillas y sinceras lo ocurrido, por ejemplo, “ha sucedido algo muy triste, ha muerto mamá/papá, por lo que ya no vivirá más con nosotros”. Luego según la edad, vendrán las próximas preguntas y esas respuestas serán la información correspondiente que entregar.
Desde ahí, que debemos ser peritos en el desarrollo biopsicosocial de los niños, con el fin de guiar a aquellos padres en cómo aproximarse a sus hijos y que esperar según la edad.
Los niños menores a tres años tienen un escaso desarrollo del lenguaje verbal, sin embargo, son ricos en desarrollo sensorial y comprenden bastante. Estamos constantemente comunicándonos a través de imitaciones de sonidos, cambios de tonos, cantamos, aparecemos y desaparecemos, por lo tanto, aunque no tengan noción del concepto de muerte debemos orientar al padre en acompañar a aquel hijo diciéndole “papá/mamá ha fallecido, no estará más en casa” con la pena y mundo emocional que nos acompaña, el cual son expertos en leer. Luego, aquel padre o madre acogerá su posible llanto, o quizás dificultad en el sueño y/o cambios al momento de jugar y/o comer.
Los niños entre 3 a 5 años tampoco tienen una comprensión real de la muerte, sin embargo, eso no los excluye de haber vivido sentimientos asociados a la pérdida y, además, tienen un lenguaje lo suficientemente desarrollado que les permite llegar a formular frases como “le pediré al viejito pascuero que me traiga a papá/mamá por 5 minutos”. El niño de 4 años también tiene la capacidad de preguntar ¿qué pasó?, entonces debemos reflejar a los padres, que como adultos no debemos entregar detalles de lo ocurrido, sólo dar una explicación concreta, clara y breve.
Entre los 6 y 9 años ya entienden el concepto de muerte, no obstante, el criterio de irreversibilidad aún no está instalado hasta los 9 años, por lo tanto, aún podemos encontrarnos con preguntas como “¿podemos llamarlo a su celular para decirle una última cosa?” Ahora cuando los niños ya han superado los 9 años, el significado de la muerte es permanente, irreversible e inevitable. A esta edad nos encontramos con preguntas como ¿qué pasó?, ¿cuándo?, ¿por qué?, ¿estás tú seguro de esto?, etc.; una serie de preguntas más apegadas a la realidad que buscan saber más y certificar la certeza de los hechos ya que esta noticia es totalmente intolerable, para la capacidad psíquica del niño. También puede suceder que permanezcan en silencio y no pregunten nada, lo que es una reacción habitual frente este tipo de información. Cuando un niño queda en estado de shock, es ideal que la madre o padre pueda estar a su lado, darle la mano, acompañarlo, estar en silencio y preguntarle si necesita algo. Es esperable que en un par de días salga de este estado.
Como terapeutas debemos dejar bien claro a estos padres que todos los niños son distintos y todos los duelos son únicos y personales, así es como todos reaccionamos diferente y no por eso uno es mejor o peor que otro. Tenemos que respetar los tiempos y formas en que cada hijo va a enfrentando la pérdida del padre/madre y para facilitar dicho proceso, ellos son los encargados de que las siguientes recomendaciones sucedan:
Incluirlos en las ceremonias: es importante que participen en rituales como velorio, misa, entierro, siempre y cuando quieran, no hay que obligarlos. Se recomienda, previamente, contarles de qué se trata, quien estará, el objetivo de estas ceremonias con el fin de que entiendan el significado y lo vayamos ayudando a procesar y aceptar esta idea tan fácil a rechazar. Además, son la instancia en la cual empieza la construcción de la nueva relación.
Es fundamental permitir la expresión de emociones: aunque los niños parezcan no expresar emociones frente la pérdida de uno de sus padres, igual las viven y de una forma muy intensa, pero en silencio. Si perciben que estas emociones o sentimientos “displacenteros” son aceptados por su familia, los expresarán con mayor libertad y frecuencia, lo que permitirá un proceso de duelo más saludable.
Evitar algunas frases como “no llores, papá está en un lugar mejor”, “mamá duerme plácidamente”, “no estés triste, papá te ve desde el cielo”, “¿qué va a decir?”, “no tengas rabia, mamá nos cuida desde el cielo”. Los niños necesitan expresar su sentir, su dolor y sentirse comprendidos por sus seres significativos. Al decir este tipo de frases solo generamos más rabia, más dolor, más tristeza, lo que impide el desahogo emocional, dificultando la expresión emocional en un futuro.
No apurar el proceso de duelo, los niños van dosificando el dolor en cantidades manejables que de otra manera sería insoportable tolerar una pena tan abrumadora. Para acompañarlos en sus tiempos lo mejor que podemos hacer es respetar, entender y acompañar, brindando respuestas y contención a cada una de estas preguntas, sentimientos y silencios que van surgiendo en el camino.
Preocupémonos de seguir haciendo la “rutina” familiar y lo que nos caracteriza como familia. Por ejemplo, si existe la costumbre de almuerzos familiares, de salidas al cine, de salidas a la plaza y/o paseos en bicicleta, entre otros, todo aquello deben seguir pasando. ¡Y ojalá más que antes!
No es una misión fácil, la labor de acompañar a un hijo en la muerte de uno de sus padres, además debemos tener en cuenta que ese padre/madre también está cursando su propio duelo, pero sin lugar a duda podemos ayudar en que esta familia vaya restableciendo un nuevo equilibrio, evitando procesos de duelo más patológicos o congelados en el tiempo. Esperamos que este artículo sea un aporte en qué hacer y en qué evitar para promover la evolución sana de un proceso de duelo.
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