¿Por qué la meditación puede ser una excelente herramienta para complementar la psicoterapia?
La meditación ha sido una práctica común en varias culturas ancestrales alrededor del mundo, sin embargo, es recién a principios de este siglo que se realizan las primeras publicaciones científicas con respecto a los efectos que produce a nivel cerebral.
Diversos estudios basados en neuroimágenes, dan cuenta de los cambios que produce la meditación en la anatomía cerebral, y si bien, son varias las estructuras que se modifican gracias a la práctica regular de meditación, en este articulo me centraré en los cambios observados en 2 áreas que son clave para la regulación emocional y que por tanto, pueden aportarnos muchísimo en nuestro trabajo como terapeutas con nuestros pacientes; la corteza prefrontal y la amígdala cerebral.
Cuando una persona inicia una práctica de meditación que se sostiene en el transcurso del tiempo, la CORTEZA PREFRONTAL poco a poco se va modificando, aumentando su grosor y su actividad eléctrica, lo que se traduce en un fortalecimiento de todas sus funciones, es decir, la toma de decisiones, el control de impulsos, la resolución de problemas, la regulación emocional, la capacidad para sostener la atención y la concentración y la capacidad para adaptarse a nuevas situaciones.
Con respecto a la AMIGDALA CEREBRAL, que es la estructura cerebral responsable de todas nuestras reacciones emocionales, se ha comprobado que la meditación disminuye su tamaño y su actividad eléctrica, lo que se traduce en una reactividad emocional mucho menor, dando paso a un mayor protagonismo de la corteza prefrontal y permitiéndonos tomar mejores decisiones y controlar mejor nuestros impulsos.
Intentemos entenderlo de esta manera. Cuando yo percibo algo a través de los órganos de los sentidos, esta información sigue siempre el mismo recorrido (menos el olfato, pero eso es tema para otro artículo). Por ejemplo, si estoy viendo algo, esa información llega a los receptores del ojo y viaja por el nervio óptico hasta el tálamo, de aquí viaja al hipocampo, centro de nuestra memoria, el cual va a reconocer eso que estoy viendo y lo va a mandar a la amígdala cerebral, que es la estructura que le va a dar el contenido emocional (miedo si es algo amenazante, pena si es algo triste o felicidad si es algo alegre). Luego, esta información viaja al hipotálamo, después al tálamo hasta llegar a la corteza prefrontal, para finalmente hacernos conscientes de eso que vimos y tomar decisiones. Sin embargo ¿qué pasa cuando esta información llega a la amígdala y ésta detecta una emergencia? La información se va a saltar todo el recorrido que viene después, para hacer llegar esa información a la corteza prefrontal de la manera más rápida posible y actuar en base a eso. Lo interesante es que cuando la información sigue el recorrido habitual y llega a la corteza, podemos tomar esa información para pensar, planificar y tomar decisiones. Pero cuando esta información llega por el atajo de la amígdala hasta la corteza, ocurre lo que se llama SECUESTRO AMIGDALINO, es decir, es la amígdala la que va a tomar el control y nuestras respuestas estarán totalmente controladas por nuestra emoción. Si esto sucede en una emergencia real, por supuesto que esta reacción es absolutamente necesaria para la supervivencia, el problema está en que, en la mayoría de las situaciones, la amígdala SOBRE REACCIONA y nuestras conductas son mucho más impulsivas de lo que deberían.
Si observamos el cerebro de una persona que no practica meditación y la ponemos a meditar, al cabo de 5 días ya veremos algunos cambios visibles a través de neuroimágenes. Y si la meditación se mantiene a lo largo de 8 semanas, realizando prácticas de 30 minutos por día, podremos ver un cerebro totalmente distinto, con una corteza prefrontal más gruesa y activa y una amígdala más pequeña y sin tanta actividad, por lo tanto, tendremos a alguien con una capacidad mucho mayor para autogestionarse emocionalmente.
Como podemos ver, la meditación puede ser una tremenda herramienta para trabajar con nuestros pacientes, ya que, entre muchas otras cosas, fortalece todas las funciones propias de la corteza prefrontal y disminuye la activación de la amígdala cerebral, lo que se va a traducir en una mayor capacidad de autorregulación y gestión emocional. Si bien, esto no es una panacea y hay que estudiarlo en el caso a caso, sin duda puede favorecer la terapia y mejorar la calidad de vida de tantas personas que recurren a nosotros en busca de ayuda.
Ps. María José Bacigalupo
Agosto 2024
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